LOS «GRIFOTAS» DEL SUBDESARROLLO. (Plaza de Tirso de Molina, 1.933)Hay numerosos testimonios que confirman y a la vez ilustran el consumo de cannabis en esos ambientes marginales, que por lo demás eran ignorados o pasaban desapercibidos casi por completo a los abundantes e intransigentes moralistas y demás gente de orden de la época, entre otras cosas, porque era cosa de hombres, es decir, se trataba de una costumbre típicamente masculina. Por ejemplo, el novelista Alfonso Grosso dejó constancia de un recuerdo muy preciso que conservaba en su memoria de la Sevilla de 1946: la imagen de grupos de legionarios apostados en la Alameda de Hércules, que exhibían sus «brazos tatuados bebiendo mosto o copas de coñac de garrafa y fumando grifa, sin que nadie se lo prohibiera estimándose formaba parte de sus azarosas y frustradas vidas». Asimismo, Martín Santos consideraba que en el Madrid de 1949 la grifa se movía preferentemente entre «dos clases de clientela posible: el golfo arrabalero y el señorito degenerado». Según el doctor González Duro, en la capital del Estado, se podía comprar «de tapadillo» en un «cuartel de moros» cercano a la Plaza de Oriente y en otros lugares como «en la Plaza Mayor, en la Plaza del Dos de Mayo, en Vallecas, en Carabanchel, en algunos bares del barrio de Lavapiés, en ciertas bocas del Metro, en los cafetines de La Bombilla y hasta en el mismísimo banderín de Enganche de la Legión», e incluso había quien «plantaba el cáñamo en un terreno propio». El propio psiquiatra aclara que «se fumaba al aire libre, en las plazas públicas, en el Retiro, en la Casa de Campo, en la Plaza de Tirso de Molina, en ciertas tabernas, en fiestas populares, verbenas, salones de baile, etcétera». Por su parte, el periodista Raúl del Pozo recuerda que el camello más conocido de Madrid era El Cebolla, «que abastecía la puerta de los cabarets, donde los macarras charlaban toda la noche con los porteros vestidos de almirante hasta que salían las jais». El veterano periodista añade que la grifa corría abundantemente entre «los legionarios, los flamencos, los chulos, los carteristas, los burlas y las putas», y que solían venderla «las cigarreras de la Plaza de Tirso de Molina, las madamas de los prostíbulos de la calle de San Marcos o algún taxista gaditano, porque allá abajo los marineros y los braceros han vacilado con grifa desde siempre». Por lo que respecta a Barcelona, sabemos por el escritor y ensayista José Mª Carandell, gran conocedor de los entresijos de la vida cotidiana del momento, que la grifa «circulaba por los ambientes obreros y marginados de la capital catalana, y especialmente por el barrio chino», que la consumían «la mayoría de los delincuentes habituales y algunos obreros como evasión tras las interminables jornadas laborales» y que solían traerla «los legionarios, los soldados destinados a África, o los trabajadores emigrados a Argelia y a Marruecos». El doctor González Duro confirma que podía adquirirse «en su famoso barrio chino, en la calle de las Cadenas, en la calle de San Jerónimo, en la Barceloneta o en el Campo de la Bota». Gracias al antropólogo Oriol Romaní conocemos también la existencia de algunos minoristas de grifa como El Botas, un ex legionario que se había criado en las callejuelas del barrio chino, y El Jefe, un limpiabotas que solía apostarse en la calle de las Tapias, junto a las puertas del que fue Cine Diana. |
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