martes, 7 de febrero de 2012

Capítulo 2 ARAD: 1.982-2.012. TREINTA AÑOS DE HISTORIA.


Capítulo 2 ARAD: 1.982-2.012. TREINTA AÑOS DE HISTORIA.
La situación en España hasta la década de los setenta (del siglo pasado)

En España, venía manteniéndose un consumo tradicional de cannabis, relativamente importante pero estabilizado, en parte relacionado con las tropas estacionadas en África y a veces facilitado en su tráfico por las mismas a su regreso a la península ...


A finales de los 60, se produjo un aumento importante y muy rápidamente creciente del consumo y dependencias por analgésicos, hipnóticos y sedantes (primeros ansiolíticos barbitúricos). Existía una notable resistencia al reconocimiento de este tipo de abuso que dio lugar posteriormente a la denominación de “toxicomanías latentes” o “enmascaradas”. Su presentación era frecuente en grupos de población como mujeres y personas de edad, con expresividad clínica y social menos llamativa.
Con respecto al consumo de estimulantes, sobre todo anfetaminas, se daba entre la población juvenil en fase de estudios (las anfetaminas) y oposiciones y menos frecuentemente en adultos (la cocaína). Este tipo de drogas, con nulo control en su producción y consumo, se mantenía estabilizado en niveles relativamente bajos.
A pesar de lo anterior, ciertos medios de comunicación ya daban señales de alarma en relación a los consumos de drogas.
EL ORIGEN DEL CONSUMO DE CANNABIS EN ESPAÑA. El Protectorado español de Marruecos fue la figura jurídica aplicada a una serie de territorios del sultanato de Marruecos en los que España, según los acuerdos franco-españoles firmados el 27 de noviembre de 1912, ejerció un régimen de protectorado (duró hasta el 27 de abril de 1.956)
El protectorado consistía en dos territorios del actual Marruecos, geográficamente disjuntos: la zona del norte de Marruecos, que incluye las regiones del Rif y Yebala, tenía frontera en el norte con las ciudades de Ceuta y Melilla (que no pertenecían al territorio del protectorado ya que eran territorio español) y con el condominio internacional de Tánger. En esta circunstancia, los españoles allí destacados conocieron de primera mano los derivados cannábicos.

PREPARANDO EL KIFFI EN LA ZONA DE RIF. Poco sabían los españoles de las costumbres locales. Sin embargo, se tenía conocimiento desde hacía tiempo de que el consumo de kif, grifa, hachís y otros derivados cannábicos era una de ellas. Ilustres viajeros, que habían visitado Marruecos por distintos motivos daban testimonio de ello. Así, el novelista Pedro A. de Alarcón, quien estuvo como cronista de guerra en Marruecos en primera línea de fuego, en el frente de batalla, se refirió al kif en su Diario de un testigo de la Guerra de África (1860) como una «embriagadora hierba que no conozco todavía».

EL ORIGEN DEL USO DE LOS DERIVADOS CANNÁBICOS EN ESPAÑA. De todos modos, si tenemos en cuenta que España, como potencia colonial, invirtió quince años, es decir, la tercera parte del tiempo que duró el Protectorado, en pacificar y controlar la zona que se le había asignado en la Conferencia de Algeciras, no es descabellado suponer que prácticamente hasta los años 30 el uso de cannabis se mantuviera circunscrito a la población autóctona, no despertando demasiado interés en los colonizadores, sino más bien sentimientos de animadversión y desdén. De hecho, la mayoría de la colonia española que allí se estableció siempre mantendría esa actitud ante un hábito que el psiquiatra Luis Martín Santos, natural de Larache y autor de la excepcional novela Tiempo de silencio (1961), consideraba una «toxicomanía de países subdesarrollados». De ahí que el también psiquiatra Enrique González Duro asegure que «numerosas personas que por aquel entonces pasaron su juventud en Ceuta, Melilla, Tánger o Tetuán, no mostraron el menor interés o curiosidad por probar esta droga» y que «en los años cuarenta, y aún en los cincuenta, se la consideraba como una despreciable droga de moros (sic), sólo apta para pobres y para gentes de mal vivir». Es más, incluso bastante tiempo después de que Marruecos alcanzara su independencia todavía sería «considerada como una minidroga un tanto plebeya», según expresión acuñada por el periodista Julio Camarero.

EL EJÉRCITO COLONIAL ESPAÑOL EMPIEZA A UTILIZAR LOS DERIVADOS CANNÁBICOS. Sin embargo, en el momento en que las hostilidades abiertas dejaron de presidir las relaciones entre protegidos y protectores, el hábito de fumar kif, grifa y hachís comenzó a extenderse también entre los segundos, al menos entre unos cuantos. La inicial, y a la postre, principal vía de penetración fue el ejército colonial, y más concretamente los tercios de la Legión y tropas regulares, compuestas íntegramente por soldados indígenas, pero cuya oficialidad estaba compuesta básicamente por españoles.

TRAS LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. EXTENSIÓN DEL CONSUMO DE DERIVADOS CANNÁBICOS. El consumo de derivados cannábicos se extendió de forma considerable sin demasiados problemas en ciertos ambientes marginales, no sólo ya en el Protectorado sino también en las grandes capitales de la Península (Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla) y en las ciudades litorales más próximas a las costas norteafricanas: Huelva, Sanlúcar de Barrameda, El Puerto de Santa María, Cádiz, San Fernando, Barbate, Tarifa, Algeciras, La Línea de la Concepción, Málaga, Almería, Cartagena, Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife, etcétera.

LOS «GRIFOTAS» DEL SUBDESARROLLO. (Plaza de Tirso de Molina, 1.933)Hay numerosos testimonios que confirman y a la vez ilustran el consumo de cannabis en esos ambientes marginales, que por lo demás eran ignorados o pasaban desapercibidos casi por completo a los abundantes e intransigentes moralistas y demás gente de orden de la época, entre otras cosas, porque era cosa de hombres, es decir, se trataba de una costumbre típicamente masculina. Por ejemplo, el novelista Alfonso Grosso dejó constancia de un recuerdo muy preciso que conservaba en su memoria de la Sevilla de 1946: la imagen de grupos de legionarios apostados en la Alameda de Hércules, que exhibían sus «brazos tatuados bebiendo mosto o copas de coñac de garrafa y fumando grifa, sin que nadie se lo prohibiera estimándose formaba parte de sus azarosas y frustradas vidas». Asimismo, Martín Santos consideraba que en el Madrid de 1949 la grifa se movía preferentemente entre «dos clases de clientela posible: el golfo arrabalero y el señorito degenerado». Según el doctor González Duro, en la capital del Estado, se podía comprar «de tapadillo» en un «cuartel de moros» cercano a la Plaza de Oriente y en otros lugares como «en la Plaza Mayor, en la Plaza del Dos de Mayo, en Vallecas, en Carabanchel, en algunos bares del barrio de Lavapiés, en ciertas bocas del Metro, en los cafetines de La Bombilla y hasta en el mismísimo banderín de Enganche de la Legión», e incluso había quien «plantaba el cáñamo en un terreno propio». El propio psiquiatra aclara que «se fumaba al aire libre, en las plazas públicas, en el Retiro, en la Casa de Campo, en la Plaza de Tirso de Molina, en ciertas tabernas, en fiestas populares, verbenas, salones de baile, etcétera». Por su parte, el periodista Raúl del Pozo recuerda que el camello más conocido de Madrid era El Cebolla, «que abastecía la puerta de los cabarets, donde los macarras charlaban toda la noche con los porteros vestidos de almirante hasta que salían las jais». El veterano periodista añade que la grifa corría abundantemente entre «los legionarios, los flamencos, los chulos, los carteristas, los burlas y las putas», y que solían venderla «las cigarreras de la Plaza de Tirso de Molina, las madamas de los prostíbulos de la calle de San Marcos o algún taxista gaditano, porque allá abajo los marineros y los braceros han vacilado con grifa desde siempre». Por lo que respecta a Barcelona, sabemos por el escritor y ensayista José Mª Carandell, gran conocedor de los entresijos de la vida cotidiana del momento, que la grifa «circulaba por los ambientes obreros y marginados de la capital catalana, y especialmente por el barrio chino», que la consumían «la mayoría de los delincuentes habituales y algunos obreros como evasión tras las interminables jornadas laborales» y que solían traerla  «los legionarios, los soldados destinados a África, o los trabajadores emigrados a Argelia y a Marruecos». El doctor González Duro confirma que podía adquirirse «en su famoso barrio chino, en la calle de las Cadenas, en la calle de San Jerónimo, en la Barceloneta o en el Campo de la Bota». Gracias al antropólogo Oriol Romaní conocemos también la existencia de algunos minoristas de grifa como El Botas, un ex legionario que se había criado en las callejuelas del barrio chino, y El Jefe, un limpiabotas que solía apostarse en la calle de las Tapias, junto a las puertas del que fue Cine Diana. 

VOCES DE ALARMA A COMIENZOS DE LA DÉCADA DE LOS 50. Comenzaron a manifestarse algunas voces de alarma ante el consumo de derivados cannábicos. Así, en 1952 Javier Blanco Juste, un farmacéutico que había visitado el Protectorado y se ufanaba de no haber dispensado en cincuenta años de profesión ni una sola fórmula de cáñamo indiano (pues a su juicio no sólo carecía de interés terapéutico, sino que además le resultaba «antipático» como fármaco) escribió un artículo titulado «La grifa marroquí» en la revista El Monitor de la Farmacia y de la Terapéutica, con el ánimo de contribuir a la desaparición de «un vicio tan repugnante y peligroso para la sociedad». El boticario describía el uso de grifa como un vicio preferentemente solitario, que circunscribía a nativos y a «la mujer prostituida», pero mencionaba la existencia de «fumaderos» y temía que «legionarios, regulares, mehalas, comerciantes, gente española en relación con Marruecos» pudieran «exportarlo» al territorio peninsular. Según Blanco Juste, las plantaciones de cannabis se encontraban «en las tribus o cábilas de Ketama y Tamoró», aunque reconocía que se cultivaba hasta en los huertos de Xauen. También informaba de que el kif estaba «intervenido por la Tabacalera marroquí y perseguido como contrabando», pero se lamentaba de la pasividad de las autoridades ante «la elaboración y venta de la grifa», a la vez que no dudaba en proponer la persecución de «fumaderos y fumadores y si preciso fuera, destruir las plantaciones de cáñamo».

CONTINÚA LA VOZ DE ALARMA. “LOS GRIFOTAS”. Acto seguido la misma revista (EL MONITOR DE LA FARMACIA Y DE LA TERAPÉUTICA) publicó otro artículo insistiendo sobre el empleo de grifa en la zona del Protectorado. Su autor, Carlos Rodríguez Iglesias, manifestaba el «asombro e indignación» que le producía el incremento que había experimentado el uso de «ese tabaco maldito», que ya alcanzaba a toda la zona tutelada: «Larache, Alcazarquivir, Xauen, Tetuán etcétera, y en las plazas de soberanía de Ceuta y Melilla y su territorio; es decir, desde la costa marroquí del Atlántico hasta el río Muluya, límite de nuestro Protectorado». Residente en la zona y buen conocedor del territorio, Rodríguez Iglesias no sólo denunciaba la extensión de un hábito «tan enorme y descarado», sino que se mostraba escandalizado por la «indiferencia» con que se contemplaba «tan funesto vicio». Según este observador, el empleo era «corriente, tan corriente que en la kábila, en las calles de los poblados y de las ciudades, en los cafetines morunos (aquí está el cuartel general de los fumadores) y hasta en ciertos cines de barrio» se fumaba «grifa a placer». También aportaba algunas apreciaciones sobre el perfil sociológico de los consumidores de grifa al asegurar que «un 80 por 100 de los delincuentes marroquíes y una buena parte de los delincuentes cristianos» eran «grifotas», que según aclaraba era el término que se empleaba en el Protectorado para «designar al fumador empedernido de grifa». Nada decía, sin embargo, acerca del 20% de «grifotas» marroquíes y de la mayor parte de «grifotas» españoles no delincuentes, ni tampoco si, además de fumadores empedernidos, había usuarios ocasionales. No importaba porque, en definitiva, su intención no era otra que «dar la voz de alarma y atacar el mal de raíz» y provocar el celo de las autoridades competentes.

LA DEFINITIVA EXPANSIÓN DE LOS DERIVADOS DEL CANNABIS EN TERRITORIO ESPAÑOL. Es verdad que la élite colonial del Protectorado, conformada por industriales vascos y catalanes y financieros madrileños, así como por burócratas encargados de la organización política y administrativa del territorio, no se interesó demasiado por el uso de cannabis, siendo éste un hábito fuertemente extendido entre legionarios y demás población africanista (incluidos los soldados de reemplazo que cumplían el servicio militar en África por sorteo), por no mencionar los estratos más marginales e ignorados por la sociedad del momento. 

LA DEFINITIVA EXPANSIÓN DE LOS DERIVADOS DEL CANNABIS EN TERRITORIO ESPAÑOL
Sin embargo, no es menos cierto que entre 1912 y 1956 se iniciaron en su consumo muchos ciudadanos completamente integrados y socialmente normalizados, de un amplio espectro social, que conocieron la sustancia en Marruecos o gracias a las especiales relaciones entabladas durante esos años con residentes en el Protectorado: comerciantes y modestos capitalistas levantinos y andaluces interesados en aumentar sus exportaciones, funcionarios civiles, policías, empleados de las concesiones ferroviarias, de las compañías eléctricas, del sector naviero asociado al transporte tanto de mercancías como de viajeros, de la banca privada, de agencias de seguros, de la hostelería, del transporte urbano (tranvías en Tetuán) y por carretera, operarios de radiodifusión, de la industria de armamento y de los distintos monopolios, peones y obreros cualificados que se ocuparon de la explotación de los recursos indígenas (mineros, forestales, agrícolas, pesqueros, etcétera) y los ensanches urbanos, marineros y pescadores, arrieros, operarios que acudieron a la tala masiva de árboles en las serranías del Rif (una de las razones, junto al incremento de la demanda, que favorecieron la ampliación de las áreas dedicadas al cultivo de cannabis) y toda suerte de emigrantes peninsulares que desempeñaron los trabajos más duros y peor pagados, desde la construcción hasta el servicio doméstico.

“TOXICOMANÍAS LATENTES” O “ENMASCARADAS”. A finales de los años 60, se produjo en España un aumento importante y muy rápidamente creciente del consumo y dependencias por hipnóticos y sedantes (primeros ansiolíticos barbitúricos). Existía una notable resistencia al reconocimiento de este tipo de abuso que dio lugar posteriormente a la denominación de “toxicomanías latentes” o “enmascaradas”. Su presentación era frecuente en grupos de población como mujeres y personas de edad, con expresividad clínica y social menos llamativa que la producida por otras drogas.

BARBITÚRICOS. Bajo este nombre se conoció a los primeros tranquilizantes que se comercializaron en el mundo, a partir de 1912 y hasta 1960, fecha en la que se descubrieron las benzodiacepinas (la primera fuel el clordiacepóxido, Librium), tranquilizantes, que aunque también causan dependencia, tienen efectos más seguros y específicos que los barbitúricos. El principal riesgo de los barbitúricos era la muerte por sobredosis. A partir de 1960, las benzodiacepinas relegaron el uso de los barbitúricos a un segundo plano y hoy en día, rara vez se utilizan. El primero y más conocido era fenobartial, que se comercializaba bajo el nombre de Luminal.

ESTIMULANTES: ANFETAMINAS. Retiradas de la venta en casi todo el mundo.
La anfetamina es un derivado químico de la efedrina, sintetizado por primera vez en 1887 por el químico rumano L. Edeleano, quien llamó al compuesto fenilisopropilamina. Las investigaciones preliminares se enfocaron en los efectos periféricos y encontraron que era una amina simpaticomimética con propiedades broncodilatadoras. Las acciones sobre el sistema nervioso central no fueron reportadas hasta 1933. En 1919, se sintetizó en Japón la metanfetamina; y en 1944, en los laboratorios de la corporación suizo-alemana Ciba-Geigy (precursora de Novartis), el metilfenidato.
El uso médico experimental de las anfetaminas comenzó en los años veinte. La droga sería utilizada desde entonces por los militares de varias naciones, especialmente de la fuerza aérea, para combatir la fatiga e incrementar la alerta entre las milicias. En 1927, la habilidad de la anfetamina para elevar la presión sanguínea, contraer los vasos sanguíneos, y dilatar los pequeños sacos bronquiales, dio lugar a su comercialización, presentándose el inhalador Benzedrina. Poco tiempo después, apareció la dexanfetamina (Dexedrina). En 1938, se lanzó al mercado la metanfetamina (Methedrina) y, en 1954, el metilfenidato (Ritalin). Las anfetaminas serían usadas para fines tan variados como la narcolepsia, la obesidad, la depresión, el TDAH en niños y adultos, el tratamiento de sobredosis por sedantes, e incluso la rehabilitación del alcoholismo y hábito de otras drogas.
La anfetamina ha sido utilizada como agente para mejorar el rendimiento, tanto físico (inaugurando el dóping deportivo), como intelectual (dóping cognitivo, estudiantes). La dispensación indiscriminada del producto, unida al desconocimiento público respecto de sus peligros potenciales y a la ausencia de un sistema idóneo de fármacovigilancia, desencadenó fenómenos de abuso y adicción. En 1971, la anfetamina fue sometida a control internacional en el marco de la Convención Internacional de Psicotrópicos.


 Ciertos medios de comunicación ya daban señales de alarma en relación a los consumos de drogas.
Ciertos medios de comunicación ya daban señales de alarma en relación a los consumos de drogas.

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